Han pasado años, Aurora, desde que no te escribo, y es que no fue sólo el golpe de la vida adulta y sus quehaceres -El cual supongo, también te llegó de bruces- sino mi inseguridad de otrora, mi actitud rebelde, mis ganas de sentirme uno entre muchos, en fin, era todo eso que nos acompañaba durante nuestros erráticos años de adolescentes, lo que ofuscaba mi vista y no me dejaba ver hacia dónde íbamos o, mejor dicho, hacia dónde iba sin ti.
He llegado a pensar que buscábamos el sentido de las cosas, ¿Sabes? Hoy me di cuenta de algo y debo admitir que, a pesar de tener como finalidad con esto el poder verte una vez más, no es la razón principal de mi carta o por lo menos, del valor que tomo para escribirte, pero no es algo que te vaya a decir hasta el final, Aurora, pues en mi sueño egoista de poder respirarte aunque sea por lo menos un segundo, te quiero mantener frente a mis letras; quiero que sientas en cada palabra lo que yo estoy sintiendo ahora.
Como sabrás, todo comenzó en aquella jaula, ¿La recuerdas? Solíamos pasar horas ahí, entre cuatro paredes: tú creciendo y yo buscándote. Cinco años más tarde, no puedo siquiera imaginar un horror diferente, pues bien sabes que nunca fui una persona de pensamientos ni matemáticas, sin embargo, entre aquellos oleajes tremulosos y que anunciaban la tempestad de nuestro viaje y mi naufragio, pude darme cuenta de algo: la trayectoria de mi vida había alcanzado un fin, y este, mi querida Aurora, no podría haber sido otro que el estar a tu lado...
Es curioso, ¿No te parece? Que de un detalle tan sublime, como semilla lanzada al cielo, yo, viajante de caminos perdidos, haya caido de lleno en tus tierras, para nuestros pesares, aquella semilla que fui no germinó de la mejor forma, pues terminé siendo la raiz de todos los males.
Tú... ¿Lo llegaste a sentir así? ¿O es mi reflexión, desdeñosa a mis sentimientos, la que me hace caer en picada esta noche?
En aquel tiempo sórdido en el que te perdí, encontre algo brillante en mi interior; para mi propia sorpresa, esa gran virtud no escapaba de consecuencias y en mi afán de descubrir quién era, terminé cayendo velozmente a través del agujero del conejo. resulta que para encontrarme, debía pasar por el peor infierno, ¿Sabes cuál es? Mi añorada, no es otro sino en el cual pretendía congelarte en el pasado: el propio.
Verás pues, que aquella luz interior era como un torbellino que tragaba todo a su paso, ¿Sabes cuál es la parte curiosa? Sólo consumía lo que tú podrías considerar bueno, y así es como en una noche lluviosa, en la cual recorría las calles mal olientes del centro de la ciudad, empecé mi lento pero seguro ascenso a la luz.
Hacia ti.
Como en aquella historia que tanto te gustaba, un día durante mi viaje, pise un escalón, una especie de interruptor en mí interior. Al otro día desperté y mi alma se había tornado irascible, vigoroza, capaz de cambiarlo todo...
Entre tantos viajes y 100 años de soledad, descubrí un ignoto gusto hacia las letras, ¿No es curioso? En nuestros tiempos, tu solías ser la palabra y yo, ávido de ti, intentaba descifrarte letra por letra. Te alegrará saber que ahora la retórica es mi mejor arma y, a pesar de no ser como esos autores que te transportaban a otros mundos, puedo hacerte viajar sobre este puente de madera podrida.
Buscaba sin saberlo, el sentido en ti.
Estoy feliz por este viaje que me regalaste a mi propio ser, Aurora.