domingo, 2 de octubre de 2016

Un día en el pasado.

El viento diurnino sopla y me transporta al pasado, a una noche de tantas en la que escribí sobre ese día. Estoy echado frente a un libro que ya no recuerdo, sereno y meditabundo. Las parejas caminan por la vereda y los niños corren y brincan por todos lados. El sol aparece y desaparece tras las nubes, que se mueven apresuradas hacia el sur. Acostada a mi lado, con los ojos cerrados y en silencio, está ella, más en su cabeza que junto a mí; siento su respiración en mi pecho y me pierdo en su pelo, que juega sin miedo con el viento y me hace cosquillas en la cara.
Una de tantas noches escribí sobre ese día, cuando la calma se asemejaba al final de aquel libro, que sirvió de presagio para un nuevo comienzo, en el cual ya las historias no van en paralelo, cuando el tacto ya no es distante y las manos entrelazadas no tienen que separarse más. Una de tantas noches escribí ese final, cuando por fin, poniendo un punto definitivo, en medio de risas distantes y el silvido del viento, morí y reviví junto a ella, la que un día me dijo que escribiera sobre ese momento, sobre el día en que naceríamos abrazados bajo un nuevo sol, y así hasta el día de hoy, mucho tiempo después, a lo lejos la escucho cantar y el tiempo parece repetirse.

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